noviembre 26, 2007

sin cohetecillos no hay navidad.

de niño no había nada más genial, entre los primeros días de diciembre y la primera quincena de enero, que andar con un pabilo encendido en la mano, camina y camina por toda La Perla alta, reventando calaveras dentro tazas de porcelana, y luego corre y corre para que no nos alcance el guachimán al que despertamos, porque, claro, la calavera tenía que reventar al costadito de su caseta.

qué rico el panteón con mantequilla, quemar el muñeco, escuchar a Vanessa quejándose porque dentro del muñeco seguramente está el bluejean que no encuentra, los especiales de Doble 9, cantar villancicos en la parroquia, el durazno en conserva, el señor Santana y su eterna botella de champagne.

recuerdo al abuelo llegando con su enorme canasta navideña de Fleishmann (que podía ser un bateón gigante o una caja de cartón en la que cabría un refrigerador pero nunca una canasta), y que no tardaba en repartirla entre nosotros, aunque mamá se amargue porque nos engríe demasiado, y porque no le parece que vayamos a comer dulces cuando falta media hora para comer.

no me gusta la navidad. pero me gusta su recuerdo.

no recuerdo en qué época empezaron mis depresiones navideñas, pero puedo intuirlo.
quiero culpar a la etapa de la adolescencia en la que uno deja de jugar mete gol tapa con los amigos del barrio, para empezar a juntar las cutras del pan para comprar licor y cigarrillos, aunque quizá deba de culpar a la mirada de mamá, a ese mirada cuando llegaban las 12 y parecía esperar, al lado de la escalera, a que bajen papá o el abuelo.

entonces mis depresiones navideñas se deben al triste ambiente que la rodea: ya no es sólo la mirada de mamá o la de Tatiana, esperando a que bajaran papá y el abuelo, a ese abrazo, que se daban, llorando, en la cocina, para que yo y Geraldine no las viéramos.

me deprimen las caras de la gente, hace unos días pensaba en que la navidad era sólo para los niños y lo comentaba con una seguridad única, ahora yo no estoy tan seguro de eso: estas navidades no son para nadie, o quizá sea que yo trato , por esos días, de buscar el más mínimo ápice de tristeza en la cara ajena, quizá en algunas acierte, en la cara de los niños que suben con su bolsa de olé olé al bus, en la de la señora camina por toda la Abancay con su carrito de pastel de choclo hasta donde le den las piernas, en la del desempleado que no consigue para el maldito pollipavo que pretendía pagar en cómodas cuotas de 5 soles diarios, en la del vendedor de cortaúñas y tablas de multiplicar. caras de preocupación que uno ve a diario a las que se les suma una tremenda cuota de desesperación que hacen desear que el mundo comience y acabe en nuestra habitación, o en la de alguien más.

la navidad sin cohetecillos no es navidad, pero nos da la opción de ya no oírlos a los que pretendemos dormir ese día tras intentos fallidos de salir a la calle embotadísimos de pavo, y casi sin poder caminar por tanto panetón con chocolate.

aún así mis sobrinos van a tener las mejores navidades de la historia, csm.

3 comentarios:

Sebastián dijo...

Esta navidad... Va a ser tan mierda como las anteriores.

=)

Nah, sin cohetecillos no es lo mismo.

Joz. dijo...

toma mientras,Belmont.

maría manzanilla dijo...

A mí me gustaba la navidad. Sí, en pasado: gustaba.
Es cierto eso de 'la navidad es de los niños' porque si te das cuenta la mayoría de imágenes de la navidad se relacionan a cosas salidas de la imaginación de algún tipejo con trisomía XXI, es decir: demasiado irreal para los que consideramos haber pasado esa barrera que nos separa de los niños, pero sí bastante real y prodigioso para los enanos de la casa.
A mí ya no me emociona la navidad porque no puedo ser egoísta y centrarme en el juguete nuevo que recibiré, sino que debo pensar en si está será la última navidad:
- que pasaré con mi abuela.
- en que mis tíos se pelearan y mi tía amenazará con un tenedor a mi tío.
- en que mis primos anhelen con reventar una rata blanca y mi madre escondiéndola en la parte más alta del estante.
- en que recibiré llamadas esperanzadoras que se quiebran al día siguiente con un 'no me jodas' más grande que mi roncha 'existencial' de hoy (producto de comer chocolates 'pasados')

Lo único que me alegra es que este año sí tendré tiempo de visitar a la abuela, armar su árbol de navidad y quizá almorzar con ella (con lo bien que cocina, eso sería estupendo).

=)
Oye, estoy buscando nombres para mi futuro perro! alguna idea?
(es que llegué a la conclusión que 'chien' es demasiado monse, hasta para mí)